Sinécdoque
Tengo 25 poleras en mi closet, de las cuales probablemente solo uso 4. Una similar existencia viven mis 6 pantalones, 7 camisas, 5 polerones y 3 zapatillas. Así me la paso, rodeado de cosas que aprecio pero que no uso. Creo que la razón de esto va por la comodidad, no me gusta pensar demasiado en las mañanas sobre que tengo que ponerme, si conozco algo que me hace sentir bien, me aferro a ello con toda la fuerza posible, porque eso es comodidad, y la comodidad es un lujo por el cual estoy dispuesto a incomodarme.
Ese recurso literario, esa primera y última frase, se llama oxímoron. Consiste en una aparente contradicción, como el insulto "conchatupico" o la poética tragedia de morir en el living de tu casa. Si tuviera que describirme a mí mismo, o inmortalizarme en la forma de la palabra escrita, no sé con qué fin, partiría por este concepto, y no, ciertamente, por los contenidos de mi armario. El oxímoron es la integración absoluta los polos contrapuestos, la contracción más simple de la dialéctica hegeliana, la suma que, con más y menos, no da menos sino más; la delgada línea que caminan quienes no saben a dónde van, pero de todas formas tienen una fecha límite para llegar allí, asique llevan de todo, por si acaso. Así me la paso, tratando de equilibrarme entre un lado y otro para llegar a caminar en línea recta, rumiando retazos resilientes de rincones borrados por raras rabietas de la reminiscencia, abarrotada de rechazos, reencuentros y renovadas relaciones.
Ese otro recurso literario, esa segunda última frase, se llama aliteración. Y se trata de siempre decir un sonido específico sin cesar, creando un efecto estético expresivo eficiente en el espectador. Ilustra Les Luthiers al ligar “Cultivarán las flores, de todos los colores, la lívida lavanda, la caléndula y el lívido alelí”. Si quisiera, por alguna razón, continuar conceptualizando cada condición que contemplo con cordura en mi cabeza, acabaría con esta; o con, quizás, cualquiera. Porque la aliteración implica la constante repetición, la vuelta al inicio, pero un poco más adelante, la constante iteración de un ciclo que nos hace revisar y revivir los mismos errores, pero nos da espacio para avanzar. Como la espiral de un taladro, ese que sonaba en el párrafo pasado.
En fin, si tuviera que describirme, no gastaría tiempo hablando de las cosas que me gustan, o las personas que me hacen falta, o de las historias que no he contado. Me pondría la misma máscara que me pongo siempre, y empezaría a escribir con gracia y lucidez, recordando mi papel de payaso culto. Sobre todo, haría lo posible para esconder la vergüenza que me da el hecho de que se tan poco sobre mí mismo, que lo primero que hice cuando me preguntaron fue recordar los contenidos de mi closet.