Katabases pt. IV
A medida que el ascensor descendía, Harry se sentía más y más confiado de su tarea. Le pareció extraño este efecto, se imaginaba que cuando uno bajaba al infierno empezaría a sentir más miedo mientras más se adentra en las profundidades, pero no fue así.
Aunque estaba perfectamente consciente de los horrores que le esperaban al otro lado de esa puerta, una vez se abriera, no le parecía que fuera amenazante, ni le angustiaba la situación. Esto no significaba que se sintiera bien, a gusto, alegre ni más que eso. No estaba cómodo, eso es seguro, pero no le atormentaba su predicamento. A decir verdad, lo única sensación que experimentaba era una inquietante ansiedad por volver a su sillón y su televisor.
El ascensor parecía nunca terminar de bajar. Harry contó hasta 64 pisos juzgando por las luces que se filtraban por la hendidura de en medio de las puertas, antes de perder el interés. Además de ese ejercicio, no encontraba mucho que hacer. No había espejos en los que hacerse muecas, ni botones para apretar, las paredes eran más bien de un color negro opaco y su textura totalmente lisa. Tampoco se escuchaba ninguna música del estilo de las de las salas de espera, se le venían a la mente las melodías del Tetris o de Herb Alpert, pero no era capaz de tararear ninguna en ese momento, quizás la memoria le fallaba por el cansancio. Sumido en el aburrimiento, se sentó en el suelo del ascensor, apoyó su cabeza en la pared, cerró sus ojos y se propuso descansar un rato.
Para cuando Harry despertó, desorientado y con un leve dolor en la mandíbula, absolutamente nada había cambiado. El ascensor seguía bajando a paso veloz, quizás más rápido que antes, y aún no había ningún sonido que le distrajera. Pero ya no podía dormir, había descendido tanto que ahora se encontraba sumido en un calor infernal (valga la divina redundancia) e insoportable. Recordó las palabras del hombre que lo recibió en el vestíbulo. "¿No quiere que le guarde el abrigo, señor Steinberg? Allá hace mucho calor". Se río, no era la primera vez que por ignorar consejos ajenos, después se ganaba un mal rato.
La sed y el calor lo estaban matando, por suerte encontró en su bolsillo una vieja petaca. ¿Qué tendría adentro? Quién sabe, ojalá bourbon. Si hubiera entregado el abrigo no la tendría en este momento, sus malas decisiones por lo menos se compensaban con pequeñas recompensas. Pensaba guardar el licor para cuando se enfrentara al monstruoso ambiente al que se dirigía, pero el valle de los muertos le había dado tantas sorpresas a estas alturas que dudaba que lo necesitara. Vio el envase nuevamente, y lo guardó. No había tiempo para estupideces.
El aire se empezó a poner pesado, Harry tosió. Le pareció curioso que haya sido capaz de bajar tanto sin haber empezado a ahogarse antes, su asma nunca le había dejado subir más de mil metros sobre el nivel del mar y ahora estaba a (probablemente) cientos de kilómetros de profundidad y solo tosía.
Repentinamente, sonó una voz.
-El elevador se detendrá y abrirá sus puertas, pero no se apresure señor Steinberg, esta no es su parada. La detención es solo para recibir un nuevo pasajero, por favor no descienda del elevador. Por su comprensión, muchas gracias.
Hubo 3 cosas que le molestaron a Harry de ese anuncio: Primero, siempre había odiado la palabra "elevador". Después, se había esperanzado que finalmente saldría de ese horno, que decepción. Y por último, no le acomodaba la idea de estar con alguien más en el ascensor. Había suficiente espacio para 8 personas, pero Harry ya se había acostumbrado a la cómoda privacidad de un ascensor solitario.
El ascensor se detuvo, Harry se paró. No pretendía desobedecer las órdenes que se le habían dado, pero tampoco quería ser descortés y no iba a recibir a alguien estando sentado en el suelo. La máquina se mantuvo estática por unos 17 segundos antes de abrir sus puertas. Cuando esto sucedió, el ambiente en el que se encontraba Harry cambió completamente, entró en el ascensor una brisa helada y refrescante. Sintió como el aire dentro del lugar se renovaba completamente y, una vez que se salió de su estupor por el choque del maravilloso fluido lleno de oxígeno, quedo embobado frente al paisaje. Fuera del ascensor había solo agua, era como si estuviera flotando en medio del océano, solo que Harry asumió que no era el mar, pues no sentía el típico olor salado que experimentaba en la playa, y el agua estaba completamente calmada. Atónito por la imagen que se presentaba ante él, Harry observo un largo rato el horizonte.
De repente, algo se levantó desde el agua, pataleando e intentando agarrarse de cualquier cosa con tal de abandonar el océano. Era una mujer, tenía un abrigo de cuero y estaba cubierta en algas. Le costaba respirar, claramente estaba desesperada por salir del agua. En un solo movimiento, Harry la tomo de los brazos y la ayudó a entrar en el ascensor. Apenas sus pies cruzaron el umbral, las puertas se cerraron y la máquina reanudó su descenso, más rápido que antes.