De tal palo
Él, desde su pequeña estatura, miraba a su padre. Pero su padre no lo miraba de vuelta. Le tironeaba el pantalón, pero el adulto le daba gentiles manotazos para que lo dejara de molestar. Levantó los brazos y miró al padre fijamente, quien aún no le mostraba la menor señal de atención, luego recitó las palabras mágicas:
- ¡Upa!—dijo el niño esperando ser levantado—¡Papá upa!—repitió con insistencia.
El padre finalmente lo miró desde las alturas de su escritorio. En su mirada había una sensación de hastío, de ira y de asco frente a la endeble criatura que no era capaz de comprender la importancia de sus quehaceres. Levantó la mano con un ademán violento, y el niño se empequeñeció aún más de su diminuto tamaño. Asustado, cerró los ojos, pero nunca llegó el castigo físico esperado. Cuando se atrevió a abrirlos, solo vio a su padre aun con la mano arriba, pero esta vez con una mirada de pena y vergüenza, casi podía escuchar la palabra “patético” salir de su boca. El niño, sin decir nada, gateó lejos de su padre, con lágrimas en los ojos y cabizbajo, pero sin hacer el más mínimo ruido.
Ese es el primer recuerdo que tengo de mi papá, una mirada de rechazo, una invitación a dejarlo solo, a no meterme en sus cosas, en su mundo. Ese es también el último recuerdo que tengo de mi papá. Cuando se fue de la casa. Cuando me dijo que dejara de llorar y me hiciera hombre, que ahora me tocaba a mí hacerme cargo. Era la misma mirada, la mirada decepcionante, pero esta vez era una invitación—no, una orden—de entrar en ese mundo. En un momento no era merecedor de esa realidad, y en el siguiente era el absoluto responsable de ella. Acto seguido, puse la misma cara que tenía al decirle “upa” tantos años antes, rogando que no se fuera, que me abrazara; ojalá, que me quisiera.
Juré jamás tener esa mirada, jamás ver a alguien con esos ojos de repudio, de lástima, de arrepentimiento por el trabajo de mi vida. Pero mi papá es mi papá. Y hay muchas cosas que saqué de él. Hoy yo tampoco dejo a entrar a la gente a mi mundo, no por miedo a que se vayan, como mi papá. Sino por miedo a que yo me vaya, como él.